Nobel Química-1907
Eduard Buchner tuvo mucha suerte con
que su hermano Hans le llevase diez años. Fue éste el que le inculcó el interés
por la química y el que le guió en las primeras etapas de su educación. Eduard
estudió química, tuvo de profesores entre otros a Baeyer y Nägeli, obtuvo su
doctorado en 1888 y continuó en la universidad como ayudante de Baeyer hasta
1893, que le hicieron profesor de química en la Universidad de Kiel.
Por su hermano, que era bacteriólogo,
se interesó en el problema de la fermentación, que era el proceso biológico más
antiguo y a la vez, el más moderno. Se remontaba a la prehistoria,
prácticamente, en lo relacionado a la fermentación del jugo de la uva para la
formación del vino, y a la fermentación de la levadura para hacer el pan. Por
otra parte, no fue hasta la época de Payen y Schwann un poco más de medio siglo
antes, cuando los químicos pudieron conseguir muestras de fermentación,
sustancias químicas que realizaban las transformaciones de la materia orgánica.
Había una duda acerca del papel que
desempeñaba la vida en la fermentación y viceversa.
Los vitalistas habían creído siempre
que la vida obedecía a una serie de leyes peculiares y que las generalizaciones
que se deducían, en el laboratorio, del estudio de los objetos inanimados no
tenían que aplicarse a los organismos vivos. Esta posición sufrió un duro golpe
cuando se sintetizó materia orgánica a partir de la inorgánica, efectuada por
Wöhler en 1828, y por la síntesis de compuestos orgánicos que no se encuentran
en la naturaleza, realizada por Perkin y los que le siguieron.
Los vitalistas se replegaron a la
fermentación. Mientras que para preparar sustancias orgánicas en el laboratorio
se necesitaban métodos muy energéticos (temperaturas altas, disolventes muy
activos, etc.), el tejido vivo solo los empleaba muy suaves (temperatura del
cuerpo, una solución acuosa ni ácida ni alcalina, etc.). Parecía que esta
diferencia provenía en que los tejidos vivos utilizaban como catalizadores a
los fermentos.
Es cierto que Schwann y otros habían
aislado fermentos y probado que podían reaccionar en los tubos de ensayo como
productos químicos ordinarios. Los vitalistas argüían a esto que ésos eran
fermentos implicados en el proceso de la digestión, que tenía lugar en el tubo
digestivo y no en el interior de las células. Y en cuanto a los procesos
químicos que tenían lugar en el interior de la célula, tal como la conversión
del azúcar en alcohol, eran inseparables de la vida, que no podían realizarse
con sustancias inanimadas. Kühne sugirió que se le diera el nombre de enzimas a
los fermentos del exterior de la célula.
Buchner se preguntaba si no se podría
explicar experimentalmente que la fermentación alcohólica era inseparable de la
vida y probar ese punto de vista. Su intención era triturar con arena las
células de los fermentos, hasta que no quedase ninguna viva y demostrar que la
transformación de azúcar en alcohol se detenía. Sus superiores no vieron con
agrado esta clase de experimentos y así se lo notificaron, pero Buchner siguió
adelante.
En 1896 obtuvo jugo de la fermentación
sin células vivas y lo filtró. Buscó un método de aislarlo de la contaminación
bacteriana. Le añadió una solución concentrada de azúcar (cuando se preparaban
conservas de frutas, era la concentración del azúcar la que las mantenía libres
de bacterias) y comprobó que en poco tiempo se formaban burbujas de anhídrido
carbónico. El jugo con las células muertas hacía fermentar el azúcar y producía
anhídrido carbónico y alcohol, exactamente como hubieran hecho las células
intactas.
La fermentación intercelular y la vida
no eran inseparables. Buchner había demostrado lo contrario de lo que intentaba
y buscaba. La última plaza fuerte de los vitalistas se derrumbaba. Los procesos
químicos en el interior de la célula se efectuaban sin fuerza vital, por
fermentos que no se diferenciaban, ni actuaban de manera distinta, de los que
actuaban en las demás actividades químicas. Por tanto, los fermentos de todas
las clases recibieron el nombre de enzimas, dado por Kühne.
Rubner y otros atacaron la demostración
de Buchner, que mantuvo su posición hasta que prevaleció por completo.
Por estos trabajos, Buchner, fue
recompensado con el premio Nobel de química de 1907.
Buchner murió en las trincheras en la
Primera Guerra Mundial. Era comandante del ejército alemán y cayó en un combate
en el frente de Rumania. Fue, quizá, el científico más prominente que se
malgasto de esta manera, como Moseley lo fue del lado de los aliados. Años más
tarde, aprendiendo solo en parte de los errores y atrocidades cometidas, en la
Segunda Guerra Mundial, las grandes potencias guardaron con más cuidado a sus
científicos, así como un trato muy benigno a los “enemigos” capturados o
liberados.
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