Langley
fue ingeniero y arquitecto e hizo muchos de sus estudios solo, pero a pesar de
eso fue lo bastante competente en astronomía para ser ayudante en la
Universidad de Harvard, y más tarde profesor de esa materia en diversos centros.
En 1881 inventó el bolómetro, instrumento para determinar con exactitud
cantidades pequeñísimas de calor, por la medida de la corriente eléctrica que
origina ese calor en un alambre de platino ennegrecido. Usó el instrumento para
hacer medidas muy cuidadosas de las radiaciones solares en el espectro visible
y en el infrarrojo durante una expedición al monte Whitney, en California.
En 1887, nombraron a Langley,
secretario de la Institución Smithsonian y desde entonces experimentó la
angustia de contemplar, uno tras otro, sus fracasos en la invención de un
aeroplano (al igual que les ocurrió a Fitch con el barco a vapor y a Trevithick
con la locomotora).
Langley utilizó principios
aerodinámicos, en donde señaló como el aire podía soportar un peso con alas
finas y de determinadas formas. Su trabajo era bueno, pero en la práctica, por
los materiales utilizados o por los motores, sus diseños no llegaron a tener
ningún éxito, no levantaron el vuelo. Gastó 50.000 dólares (del gobierno) entre
1897 y 1903 en tres ensayos, y no pudo conseguir más. Después del último
fracaso, el New York Times publicó un artículo muy severo castigando lo que
consideraba un disparatado derroche de los fondos públicos por parte de Langley
en una ilusión inútil y vanidosa. Predijeron que el hombre, o cualquier maquina
fabricada por él, no podría volar hasta transcurridos al menos mil años.
Nueve días después de la
publicación del artículo, los mil años se esfumaron de pronto y los hermanos
Wright siguiendo las huellas de Lilienthal realizaron el primer vuelo con éxito
de un aeroplano.
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