Leonhard Euler
Euler estudió bajo las enseñanzas de los Bernouillis, siendo amigo de uno de ellos, Daniel Bernouilli. Cuando éstos fueron a San Petersburgo, convencieron a Euler para que se fuera con ellos. En 1741 Euler fue a Berlín a revivificar la decadente Academia de Ciencias por invitación del nuevo rey, Federico II. En 1766 volvió a San Petersburo y durante ésta, su segunda estancia en Rusia, retó a Diderot a que entrara con él en debate sobre el ateísmo. Euler adelantó su argumento propio sobre Dios en forma de una ecuación algebraica simple y sin importancia. El pobre Diderot que no comprendía las matemáticas se quedó sin saber que contestar y considerándose avergonzado abandonó Rusia.
Euler fue uno de los matemáticos más prolíficos de todos los tiempos pues escribió tratados sobre todas las ramas de dicha ciencia, conocidas en su tiempo. Perdió la vista de un ojo en 1735 y la del otro en 1766 y a pesar de ello su brío no pareció aminorar.
Aplicó sus matemáticas a la astronomía, deduciendo algunas de las perturbaciones y siendo a este respecto el precursor de Laplace y Lagrange.
Empezó por sustituir los métodos geométricos de comprobación que utilizaron Galileo y Newton por otros algebraicos y esta tendencia fue llevada al extremo por Lagrange.
Trabajó en especial en la teoría lunar, es decir, en el análisis exacto del movimiento de la Luna, complicaciones que habían sido la desesperación de los matemáticos desde los tiempos de Kepler.
A pesar de que sus resultados no fueron ni mucho menos perfectos, representaron sin embargo una mejora sensible de lo que hasta entonces se había hecho.
También sostuvo que la luz era una forma de ondulación y que el color dependía de la longitud de la onda. Young demostró la veracidad de ello una generación más tarde.
Para el caso concreto de φ = π
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